Esta semana estuve en un evento relacionado con el mundo del vino, y en el que se hablaba entre otras muchas cosas, de los concursos de vinos que están en todas partes. Hubo una intervención de alguien que dijo que los concursos no le interesaban absolutamente en nada. E hizo una aportación, desde mi punto de vista muy acorde con mi forma de pensar, en la que decía que los concursos son más propios del mundo anglosajón (muy competitivos) que no del mundo mediterráneo, donde el vino es amistad, generosidad, forma de vivir y manera de actuar y de ver la vida.
En cierto punto incluso me atrevo a decir que el vino, en muchos casos es un estado de ánimo. De manera que al objetivizarlo para un concurso, lo estás desnudando peyorativamente. Y las personas concursantes no están siempre con la misma sensibilidad ni abiertos a las mismas emociones, de manera que no se pueden obviar las diferentes percepciones que cada uno en su cada momento, tenemos el privilegio de catar un vino. Un tema diferente es saber si las personas sabemos más o sabemos menos de este apasionante mundo. Para ello hay otras metodologías. Pero adivinar a ciegas, o proclamar a alguien que sabe más de vinos que el de sulado, se me antoja demasiado atrevido