Soy El Sacacorchos, aunque todavía hay gente que me dice y me conoce como «sacatapos», «abridor», o lo que es peor «lo que sirve para abrir botellas».
Entre semana mi vida es plácida. Apenas trabajo, si no fuera por la apertura furtiva de una botella de malvasía o moscatel por parte del abuelo. Pero el fin de semana es diferente. Empezamos el viernes, cuando papá, con las pizzas que encargan, le gusta abrir una botella de vinito sencillo que dice él. Aquel vino que al día siguiente por la mañana todavía lo sientes en la barriga y en la cabeza. El sábado es distinto. Suelen comer paella. El vino blanco es bueno, y fresquito. Y el tapón, que es mi compañero de trabajo, y que no puedo vivir sin él, suele quejarse del frío de la nevera. Acabada la comida, no suele haber sobremesa, y me guardan en el cajón.
Por la noche sí que trabajo duro. Les gusta invitar a gente a cenar en casa, y entonces tengo que emplearme a fondo, porque seguro que unas cuantas botellas se abrirán. Me gusta escuchar a la gente las tonterías que dicen de forma creciente a medida que voy abriendo botellas. Pero también es cierto que están contentos. Normalmente caigo en manos de alguien, que me abre, me cierra, me vuelve a abrir, y me pone en posiciones inverosímiles. Yo creo que me sirve para hacer ejercicio. Casi siempre voy a dormir tarde.
El domingo es día de familia, y normalmente vuelvo a trabajar duro. La sobremesa se alarga, y yo puedo escuchar cómo les van las cosas. Chismes, confesiones, consejos, discusiones: es la familia, y hasta cierto punto, me siento parte de ella. Al atardecer, sacan la mesa y vuelven a guardarme en el cajón de la cocina. Estoy cansado y quiero descansar. Creo que me he ganado el sueldo.