Este pasado verano estuve de vacaciones con mi mujer en la Isla de Lanzarote (Islas Canarias). Uno de los días fuimos a visitar unas bodegas. A pesar de que llevo tiempo en el negocio del vino, mi sorpresa mayúscula se produjo cuando visitamos una de las bodegas que hay en la Isla.
Lanzarote, para quién lo desconozca, es una isla de origen totalmente volcánica. Hace 300 años hubo la última erupción importante en la zona del Timanfaya. Ésta duró más de tres años, lo cual, como se puede deducir , dejó la isla muy afectada por la cantidad inmensa de lava asentada en esta tierra.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga. Antes de las erupciones era una isla con una agricultura muy pobre. Sus lluvias anuales eran escasas (y lo siguen siendo), y el terreno era mayoritariamente calcáreo, de manera que la poca agua caída del cielo apenas servía para alimentar lo que crecía en ella.
Después de las erupciones, los lugareños se empezaron a dar cuenta de que las cenizas volcánicas asentadas servían de aislante y de “recogedor” de la escasa agua de lluvia, y de la humedad proveniente de lo vientos alisios.
Tuvieron la iniciativa d eplantar entre otros productos, vides provenientes de la península (especialmente malvasía) que ayudaron a regenerar la maltrecha economía del sector primario, ya que gracias a estas cenizas, se podía cultivar la vid con una cierta probabilidad de dar fruto. Y así se hizo.