La Ribeira Sacra es única. Un paisaje envolvente y sobrecogedor. Cuando navegas por el Sil, y ves aquellas pendientes de casi el 80% de desnivel, asumes y entiendes de manera inmediata de qué hablamos cuando explicamos lo que es la viticultura heroica.
Ayer tuve el inmenso placer de abrir una botella de Brancellao de la Adega Corga. El autor de la obra maestra, Benigno, ya me había puesto sobre aviso de lo especial que iba a ser.
Se dice y se comenta a menudo que el carácter y la manera de ser de los gallegos establece esta sensación de estar abierto a todas las respuestas sin que ninguna sea la certera. Pues con este Corga Brancellao sucede exactamente lo mismo. ¿Es un vino sencillo? Pues sí. ¿Se trata de un vino complejo? Pues también.
Su color me recuerda a mi niñez, cuando en las calurosas tardes de agosto, mi padre preparaba con agua fría, una bebida que le llamaba jarabe de grosella. Muy dulce, pero con un sabor que para mi paladar infantil me sabía a gloria. Un rojo transparente.
Con el vino, nos tomamos una lasaña casera de verduras. Es un plato con “coupage”, robando el término a los entendidos en vino. Por decirlo en castellano puro y simple, es una sinfonía de sabores diferentes. Pues esta joya de la Ribeira Sacra, combina perfectamente con todos ellos. La suavidad de la pasta, la agresividad del pimiento, la textura del calabacín, la inocencia de la berenjena, la presunción de la zanahoria y el ánimo conciliador del tomate, no le son ajenos a este vino, y se lleva bien con todos ellos.
Como en la película de “Blade Runner”, puedo decir que he visto cosas (en este vino) que vosotros nunca creeríais”